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Aumento al salario mínimo: ¿Alcanzará para comer?

El gobierno presume el incremento al salario mínimo como un avance histórico, pero la pregunta que realmente importa es brutal en su sencillez: ¿ese aumento alcanzará para comer? Porque en México, aunque duela admitirlo, un trabajo de tiempo completo sigue sin garantizar algo tan elemental como poner comida suficiente en la mesa.
Las cifras oficiales intentan dibujar un escenario optimista: crecimiento económico de alrededor del 1.1 % para 2026, inflación supuestamente estabilizada en torno al 3 %, y un nuevo ajuste salarial que se venderá como un acto de justicia social. Pero los números fríos esconden una verdad que millones viven en carne propia: el ingreso laboral no alcanza para vivir con dignidad.
Hoy, 34 de cada 100 mexicanos están en pobreza laboral, es decir, trabajan pero no pueden comprar la canasta básica alimentaria. En las zonas rurales la realidad es aún más cruel: casi la mitad de la población ocupada —48 %— no gana lo suficiente para comer lo mínimo indispensable. Y entonces, la pregunta vuelve a aparecer como un martillazo:
¿De qué sirve subir el salario si el país sigue organizado para que la mayoría sobreviva, no para que viva?
Los aumentos nominales al salario mínimo son políticamente útiles, pero económicamente insuficientes. Mientras el costo de los alimentos aumenta por encima de la inflación general, mientras la canasta básica se encarece, mientras la informalidad domina, el nuevo salario apenas será un salvavidas en un mar que sigue creciendo. Un respiro temporal, no una solución estructural.
Lo cierto es que en México hemos normalizado la precariedad. La informalidad laboral es la regla; los empleos que sí ofrecen seguridad social son pocos y mal pagados; y el presupuesto público se aprieta en nombre de la “consolidación fiscal”, dejando menos recursos para los programas que sostienen a quienes viven al límite. El modelo económico presume estabilidad, pero esa estabilidad está construida sobre la espalda de quienes trabajan más y ganan menos.
El país celebra indicadores macroeconómicos mientras ignora la tragedia cotidiana de millones que desayunan café aguado, comen lo que alcanza y cenan esperanza. Porque los discursos oficiales nunca mencionan que la pobreza laboral no se combate solo con aumentos salariales, sino con empleos formales, inversión pública, acceso a servicios, oportunidades reales y un sistema económico que deje de considerar a los pobres como cifras manejables.
Con el aumento del salario mínimo, ¿habrá quienes alcancen a comprar un poco más? Sí. ¿Habrá quienes salgan de la estadística de pobreza laboral? Probablemente.
Pero la pregunta sigue ahí, incómoda, urgente, moralmente ineludible:
¿Un país puede considerarse justo cuando ni siquiera un salario mínimo completo garantiza el derecho elemental a comer?
Hasta que la respuesta sea un sí rotundo y verificable —no un discurso, no una promesa, no una cifra acomodada— México seguirá fallándole a quienes sostienen su economía: los más pobres, los más olvidados, los que viven con el salario que todos celebran… pero que todavía no alcanza.