📅
🕐
🌡️ Cargando...
San Luis Potosí
Ciudad Valles
Rioverde
ÚLTIMA HORA
Inicio / Ciudad Valles / El ocaso de Tomás

El ocaso de Tomás

Rigoberto González

El día ya lleva dos horas despierto. Son las ocho de la mañana en el bulevar México Laredo, a unos pasos de la calle Reforma, donde uno de los paradores del Metrored se van llenando mientras el tráfico se acomoda a su propio caos.

Entre quienes bajan de la unidad eléctrica gratuita —un servicio que para muchos es sólo comodidad, pero para otros es la única forma de moverse sin gastar— aparece la figura de un hombre mayor, de más de sesenta años.

Trae en la mano un aro de alambre del que cuelgan bolsas de cacahuates y pipián, viste un pantalón azul marino gastado, una playera blanca vencida por el tiempo, un sombrero viejo y huaraches negros; su piel morena y su cabello entrecano cuentan lo que él ya no necesita explicar. La vara que usa como bastón lo sostiene tanto como su decisión de seguir trabajando.

Se llama Tomás.

Camina despacio hacia la avenida Vicente C. Salazar. No es que no tenga prisa: es que el cuerpo ya no responde igual. En San Luis Potosí, según la ENOE del INEGI (Boletín 457/2025), más del 56.7% de la población ocupada vive en la informalidad, pero entre las personas de 65 años y más, la tasa se dispara a niveles cercanos al 70%, la más alta del país.

Tomás es una de esas caras. Su historia es parte de un registro nacional que crece en silencio.
Llega a unos metros del KFC y acomoda dos blocks para sentarse, se queda mirando el ir y venir de autos y gente.

Nadie voltea.
Nadie pregunta.
Nadie compra.

La escena se repite todos los días: a esa misma hora se instalan otros como él. Un vendedor de pipián, otro de cacahuates, y un exvoceador de un periódico que desapareció hace unos días junto con su empleo, ahora ofrece nueces a los automovilistas que frenan en el semáforo. Son parte de las más de 333 mil personas en San Luis Potosí que trabajan en negocios no registrados, según el INEGI. Son parte de los que sostienen la economía diaria sin prestaciones, sin seguridad social y sin la certeza de volver con algo para comer.

Un peatón pasa. Y otro. Y otro.
Nadie se detiene.


Hasta que alguien, de regreso del supermercado, pregunta:
¿En cuánto el pipián?
En veinte —responde Tomás con una voz que deja ver los años cargados.
Antes, dice, la vida era distinta. Caminaba por toda la ciudad vendiendo paletas de hielo.
Se vendían bien —cuenta—. Aquí siempre hace calor.

Pero el dueño de la paletería murió, los hijos cerraron el negocio y Tomás quedó desempleado. En un estado donde sólo el 18% de los adultos mayores recibe una jubilación formal del IMSS, él quedó del lado más frágil de la estadística.

Hoy vive en las cercanías de la colonia Santa Lucía, a diario toma el Metrored antes de las ocho para llegar a su punto. Con el pago reciente de la pensión federal de adulto mayor – la que reciben más de 7,644 personas mayores de 65 años en Ciudad Valles- compró un costal de pipián para dividirlo en pequeñas bolsitas y así estirar lo suficiente para vender algo.

No es un ingreso: es un parche.

En Ciudad Valles viven 14,103 adultos mayores, el 7.4% de la población, y muchos, como Tomás, siguen trabajando porque no tienen otra opción. En un municipio donde el 43.3% de la gente vive en pobreza o algún tipo de vulnerabilidad, según el Coneval y el Plan Municipal de Desarrollo del trienio pasado, el envejecimiento no trae descanso: trae más lucha.

Al llegar el mediodía, Tomás avanza unos metros hacia la sombra del restaurante de pollo frito, algunas veces -si la suerte quiere- alguien le regala un pedazo de pollo para aguantar la tarde. Pero hoy no hubo.

Tampoco ventas.
Apenas dos bolsitas.
La tarde se diluye y el sol cae sobre el bulevar.

Tomás recoge su aro de alambre, su morral y su bastón improvisado, se encamina con pasos lentos al parador del Metrored.

La unidad llega rápido.
El chofer lo espera mientras sube.
El vehículo arranca y se pierde entre el tráfico del bulevar México–Laredo.

Allá adentro va Tomás, uno de los casi 700 mil potosinos que trabajan en la informalidad, uno de los miles de adultos mayores que siguen luchando por sobrevivir en una edad que debería dar descanso, no cansancio.

Su historia no es rara.
Es la que más se repite.
Y es, quizá, la que menos se ve.